martes, 5 de abril de 2011

Mal paso

El funambulista, consciente de su equilibrio precario encima del alambre, concentra toda su atención en un único punto sobre el horizonte, al que necesita llegar salvando el abismo. Y el entorno le arropa envolviéndole en un silencio tenso. El público en vilo y mudo retiene la respiración para no despistar al osado artista que se juega la crisma pendiente de un hilo. Aún así cualquier cosa puede distraer su atención, provocarle un traspiés y dar con sus huesos en la arena. El resto de nosotros, como meros amateurs, intentamos mantener un equilibrio mínimamente elegante sobre los bandazos ridículos que describe la tortuosa senda que construimos al caminar. La mayoría de las veces no podemos buscar en el horizonte nuestra meta, porque desconocemos hacia donde conducen nuestros pasos. Y las pocas veces en las que nos pertrechamos de planos y mapas y conocemos un norte cierto nos distrae una mosca, nos detiene una flor o nos entretienen las musarañas. Tan difícil es avanzar. Pero para llegar a Ítaca debemos crecer, hacer oídos sordos a los cantos de sirenas, tener prudencia, pedir paciencia y respirar, como respiramos, los sueños que nos mecen y nos mueven.

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