domingo, 24 de julio de 2011

Apalancamiento

Como en una historia de la baja edad media, sobre una tierra agotada y unas masas famélicas, desesperadas y confusas se abalanzan unos señores feudales malvados de la orden de los Mercados, exigiendo un diezmo aún más grande, imponiendo derechos de pernada, exprimiendo las últimas monedas de los plebeyos para rellenar sus repletos graneros. Y ante estos malvados globales, los gobernantes locales, actuando como aleccionadas marionetas, no se resisten e imponen medidas cada vez más crueles a sus súbditos para evitar perder sus prebendas, mientras el hambre y la desesperación van adueñándose de cada vez más barrios hasta que despierte, sin remedio, la revuelta.
Los señores nos reclaman un dinero que nunca existió, que nos prestaron pero que nunca tuvieron, porque a diferencia de los peatones a los que sólo nos dejan gastar el dinero que ganamos con el sudor de nuestra frente, a los banqueros les es permitido multiplicar los panes y los peces. Es el apalancamiento. Cualquier banco puede no sólo prestar el dinero que tiene en depósito de sus clientes, sino al menos diez veces más de un dinero inexistente y cobrar intereses por esa nada. Aplicando esta ley del embudo, todos los bancos en su conjunto pueden prestar este dinero que no tienen a nuestros países comprando su deuda soberana, a un tipo de interés que ellos manejan, a través de la santa trinidad de las agencias de calificación Moodys, Standard&Poors y Fitch, y que se desviven en incrementar para ganar más y más. Les permitimos que nos presten lo que no tienen y que nos cobren por el préstamo lo que ellos deciden.
Pero el colmo de males es cuando, de los bolsillos de todos los mortales se dan grandes fondos de rescate para salvar a los bancos (reduciendo la capacidad del Estado para mantener el bienestar y la protección social) y estos los dedican a la compra de deuda soberana, e imponen a los estados condiciones draconianas para la emisión de esta deuda, mordiendo la mano que les vino a salvar del abismo.
Pero nadie hace nada. Pues los señores feudales dominan férreamente las hordas de sus tres ejércitos salvajes y criminales que imponen este cruento destino e impiden cualquier alternativa. Asi, las fuerzas de represión de los estados evitarán, aplicando al menos la fuerza física necesaria, la rebelión de los peatones pagadores de impuestos; las fuerzas de represión de la imaginación, compuesta de miles de expertos y catedráticos a sueldo, repetirán machaconamente las mismas mentiras hasta que la plebe crea que no queda otra salida que haber pedido muerte; y los sátrapas locales, envestidos de democracia, nos mentirán sin vergüenza como vendedores de crecepelos, consiguiendo que los elijamos para hacer unas cosas y haciendo las contrarias, imponiéndonos la ingesta de su aceite de ricino como solución de sus males.

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