miércoles, 26 de octubre de 2011

Resistentes (Elogio a los viejos)

Avanzan decididos y tenaces en precario equilibrio por un fino alambre sobre el abismo, esquivando los golpes de la desmemoria y la artrosis.
Como incansables resistentes se levantan cada día, se acicalan, descienden el Annapurna de las escaleras que les alejan del resto y salen a la calle sobre sus zapatillas de felpa a comprar el pan, el diario y cuatro cosas más, haciendo economía de guerra sobre pensiones exiguas que nos deberían avergonzar.
En su avance incesante recopilan pequeños diálogos en las paradas del mercado, pasan en el parque revista a los miembros de su quinta, canturrean una vieja coplilla mientras lanzan sobre el enemigo el obús de la petanca, guardan caramelos en los bolsillos para los chiquillos, se hacen con una flor que regalar a su amada y, en las ocasiones, se marcan un bolero con un arte que para mi quiero.
Caminan encorvados y con paso corto, pero con la mirada altiva, conscientes del combate desigual que enfrentan cada día.
Recuerdan quienes fueron, lo flexibles que fueron sus cuerpos y no volverán a ser, las proezas que consiguieron en un mundo mucho más terrible que este que gira para nosotros ahora. Pero ya no nos cuentan todas las batallas ganadas, ni todas las guerras perdidas. No nos echan a la cara la sangre que vieron derramar por todas las cosas que no sabemos defender, que nos dejamos prender.
Rememoran los oficios vestidos, los países calzados, los nombres utilizados para escapar del hambre, de la tiranía, de la falta de esperanza. Sospesan todo lo andado y todo lo bailado y nos perdonan con orgullo las miradas conmiserativas que les dedicamos.
Y ya de vuelta, cuando apagan el televisor y dejan sobre la mesilla de noche las gafas para su vista cansada, anochecen satisfechos de su nueva victoria. No le temen a la muerte y, si la temen, se tragan su miedo.
Quiero llegar a su edad como ellos y mucho me temo que no puedo.

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