domingo, 2 de octubre de 2011

La levedad de la vara de medir

Sin contar, necesariamente, con los increíbles avances de la ciencia médica, sin la mediación de vacuna alguna nos hemos vuelto inmunes al dolor ajeno gracias a la combinación de dos procesos complementarios: el descenso del nivel de empatía en vena y el incremento del egocentrismo subcutáneo. Con la excusa de ir siempre corriendo de un lado a otro, ahogados, y sin tiempo para hacer nadie sabe qué, no escuchamos a los otros y mucho menos los socorremos. Pero la enfermedad es aún mucho peor: ni tan siquiera cuidamos a los nuestros, ni regamos nuestros huertos.
Las costras que protegen nuestra fina piel reduce el número de amigos en función de su utilidad: más cuando requerimos más compañía y más soporte contra la voracidad del aburrimiento; menos cuando nuestra felicidad o nuestro éxito nos permite prescindir de lo superfluo.
Así los amigos (los próximos) que tenemos son sólo los que requerimos: más para una mudanza, menos para los tiempos de bonanza. Más para acudir a sus fiestas y banquetes, menos para albergarlos en nuestros estrechos refugios. Más para requerir de sus atenciones y su comprensión ante nuestras preocupaciones, menos para mimarlos durante sus aburridas y reiteradas depresiones.
Porque hemos aprendido del movimiento planetario de rotación, que en nuestras relaciones todo debe girar en torno a nuestro yo. Son nuestros problemas los protagonistas, los que requieren de oídos atentos, hombros prestos a ser humedecidos, pañuelos atentos, palmaditas en los hombros y consuelo. Son nuestras ganas de asueto las que requieren zapatos de tacón, pasos de bailes, palmas, chistes y requiebros.
Pero no recordamos nuestras obligaciones como centinelas, descuidamos nuestra ronda y se corrompen nuestras aguas olvidadas. Y en caso de tener que contar con otra baja, no importa, la culpa siempre será de ellos.
Descuidados de nuestras responsabilidades para con la fina pero precisa física gravitatoria que mantiene la alineación perpetua y perfecta de los planetas, en un débil equilibrio que impide que se salgan de sus casillas; caminamos renegando de los males injustificados que caén sobre nosotros cada mañana cuando leemos el horóscopo.
Imagen: Dimitri Maksikov

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