domingo, 2 de marzo de 2008

La necesaria marcha de las cosas buenas

Me encontraste en la calle junto a los muebles viejos y me llevaste, feliz, para decorar tus días. Tus pacientes manos arrancaron la patina de polvo que cubría mi piel. Caminando despacio junto a ti, se me secaron las lágrimas. A luz de tus ojos, brillaron nuevamente desbocadas mis palabras. Se cerraron las noches. Recordé cosas viejas que sabía hacer: besé.
Entraste en mi casa, cuando todo estaba roto. Te moviste despacio para que mis vigas no crujiesen bajo tu pies. Me hiciste un hueco en tu piel donde acurrucarme y dormir. Esperaste prudente, más no reaccioné. No fui suficiente.
Me atravesaste. Ahora sigues más allá, más lejos. Yo perdí tus urgencias, tus ganas, la sencilla calma con que me arropabas. Duro es mi tiempo de barbecho, dulce el dolor al ver la marcha de las cosas buenas cuando no se las puede cuidar.
Gracias por atravesar mi yermo y hablarme de un tiempo antiguo que se llama primavera y que, irremediablemente, siempre vuelve. Gracias por contarme, gracias por volver a dibujarme, gracias por mi reflejo en tu mirada. Guardo tus días dentro de mis rotos, dentro de mis grietas, para que se queden bien adentro cuando vuelvan a cerrar.
Coño! Como me van a extrañar los senderos que el agua traza sobre mi rostro ahora que me abandonan todas las cosas buenas que entraban contigo en ésta, mi desolada casa .

No hay comentarios: